miércoles, 16 de abril de 2014

Milongas pampeanas


Probablemente suene antiguo, coñazo, vetusto y carca, pero a mí me encanta Jorge Cafrune, que era un cantante argentino claro y contundente. Una presencia imponente, voz dura con un deje de amargura vivida, y ese precioso acento argentino dando cobijo a un mensaje demoledor contra los ricos y los poderosos. Además, cantaba a la luna, a los yuyos, a los canarios y a la Virgen. O sea, un tipo de esos que saben que lo importante se sustancia en la vida - no en esa cosa en la que hemos convertido nuestra existencia - narrada con estudiada distancia y con esa claridad de juicio que se adquiere sólo tras años en ese milagro que es la pampa argentina. Entre gauchos. Esos tipos milagrosos que te sueltan hablando cachos enteros del Martín Fierro antes de agarrar la guitarra y soltarte cantando cachos enteros del Martín Fierro. Conocí algunos de ellos años ha, cuando anduve paseando por allí haciendo como que trabajaba. Probablemente trabajé, pero desde luego los recuerdos que tengo nada tienen que ver con eso. Silencios, guitarras, fuego, un frío que cortaba, mate ardiendo y compartido y una guitarra rasgando el cielo. Y un tipo cantando una milonga. Estuve pocos días, pero me acuerdo con una nitidez extraordinaria. La misma que tenía la luna aquellas noches. En esas noches supe que quería vivir y morir allí. Y adiviné, con la claridad que da esa luna y esas voces, que nunca lo haría. Yo no era pieza de aquel juego.

Pues bien, bajo aquel cielo, esos hombres desgranaban contenidos que ellos consideraban profundos adornados con rimas, desafíos y música. O sea, algo formalmente bello arropando un mensaje que, a fuerza de ser acunado, parecía igualmente melodioso. Y eso, acostumbrado al español gruñido por estos lares, era una deliciosa novedad. Aprendí que la riqueza formal de la comunicación la facilita. La hace amable. La enriquece. Y hace al hombre más feliz.

Mensaje con contenido en florido continente. En la película “National Treasury”, traducida en este cutre país como “La búsqueda” supongo que para no incidir en la palabra nación, no vaya a ser que los nacionalistas interpongan un recurso de inconstitucionalidad contra Nicolas Cage y, lo que sería muchísimo peor, contra Diane Kruger, por el uso y disfrute imperialista de la palabra nación; decía que en esa película, el protagonista lee un párrafo de la declaración de independencia de los Estados Unidos, que suena de esta guisa: "Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones dirigida invariablemente al mismo objetivo evidencia el designio de someter el pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad." Tras leerlo, Nicolas Cage se queda pensativo y dice: “Hemos perdido esa manera de hablar”. Pero en realidad lo que se ha perdido es esa manera de pensar. Estoy convencido de que de la mano van los nobles ideales con su expresión. Convencido.

Y ese desprecio generalizado por la lengua lo sufrimos a diario, sobre todo por parte de aquellos que deberían tener la responsabilidad de ejercer la esgrima intelectual – que eso es la dialéctica - en los diferentes foros y que, por desgracia, se han convertido en cubículos donde ignorantes maleducados y analfabetos de partido concursan a ver quién dice la mayor burrada, mientras sus compañeros rebuznan a favor o en contra dependiendo de si el imbécil del estrado es rojo, azul, verde o lila. Y no quiero hablar de la Real Academia de la Lengua Apañola (RALA) que en un postrer alarde pirotécnico ha admitido en el diccionario palabras como gayumbos, friki, isidril, okupar, manga o sociata para que usted, intelectual de pro, pueda decir con un par de narices “el friki sociata que okupó la kely iba en gayumbos mientras leía manga” y pase por lo que es, un analfabeto bendecido por gentuza sentada en poltrona con letra que debería proteger la lengua, y no mancillarla. Porque a un hombre se le conoce por lo que dice pero también por cómo lo dice.

Hay veces que echo de menos aquellos tipos, aquellas palabras, aquellas guitarras, aquellas voces. Aquella vida.

A veces oigo ecos de tierras lejanas.

En ocasiones, veo vivos.

3 comentarios:

  1. Una sociedad ignorante es el Paraíso de quienes buscan aprovecharse de ella... Es comprensible que esta "desilustración" avance al mismo tiempo que lo hacen los medios para conocer en detalle la intimidad de las personas.

    Sin pecar de catastrofista. ni insinuar que este sea el futuro, en 1984 aparecían ejemplos claros de cómo actúan estos mecanismos y el resultado que arrojan.

    ResponderEliminar
  2. ¡Magífico artúculo!
    Que razón tienes, yo también escucho voces lejanas y cada vez veo más vivo allá lejos.
    Aquí solo hay muertos vivientes devorándolo todo.
    Besazo y felicidades

    ResponderEliminar
  3. Yo también los oigo y los.echo de menos. Pero supongo que es mejor dejarlos que sigan durmiendo en el recuerdo. A veces me pregunto qué
    pasaría si despertaran de su profundo
    letargo y desperezaran mi alma que desde entonces transita en la
    nostalgia. Y, aunque dejé de mirar a aquella misma luna mientras esperaba, brindo por Cafrune y por tantos otros, no necesariamente argentinos, que sin quererlo y después de tanto tiempo me siguen transportando a tierras ... no tan lejanas.
    Gracias a pesar de todo.

    ResponderEliminar