martes, 7 de septiembre de 2010

¡La hostia!

Madrid. Finales de Julio del presente año. 36 grados al sol, 30 a la sombra, 23 en las lujosas oficinas de una empresa española gordísima. Yo, con traje azul cruzado de verano. Esperando. Mi acompañante, con traje de entretiempo (craso error). Ha venido sudando como un pollo, pero parece que la climatización del edificio va devolviéndole a su ser sólido. Menos mal. También a la espera. Se abre la puerta y aparece el Consejero Delegado. Cordiales apretones de manos. Cruce de corteses intereses. El viaje, bien. Madrugón, ya sabes, etcétera. Y la gran declaración del másmanda: ¡Es que joder, Carlos, en esta puta ciudad hace un calor de la hostia!

San Quirico de Safaja. 16 de Agosto del corriente. 27 grados en la piscina del Club El Roure. Tumbado sobre el césped en bañador. Entre matrimonios amigos, niños, suegras y semovientes. Un tipo inmenso se despereza, se medio incorpora para decir: ¡Aquí se está de la hostia! Después se desploma sobre su toalla, supongo que agotado del esfuerzo mental de tal declarada y sigue tomando el sol como un lagarto, a la espera de que otra neurona se le despierte.

Y entre una reunión y otra, un sinfín, una retahíla inacabable de hostias que hacen que la relación con algunos seres humanos sea más desagradable de lo que debiera. Y es algo consolidado. De moda permanente y desde hace años. Yo lo oí por primera vez a los trece años (¡trece!) y me produjo una sensación incómoda, un malestar interior de una cierta intensidad (tanto que hasta lo recuerdo…) porque para lo que aquel cabestro era una vulgar expresión, para mí era una blasfemia. Y los trece años yo tenía muy pocas cosas claras, pero una de ellas era que la Hostia era el cuerpo de Cristo consagrado, y que uno puede (y debe) patinar con muchas cosas. Pero con otras, exactamente con las que conforman el núcleo de creencias a las que agarrarte cuando todo se va a la mierda, o cuando estás a punto de palmar, con esas mejor no jugar. Por muchos motivos, esencialmente relacionados con el respeto al prójimo (en segundo lugar) y el respeto a Cristo (en primer lugar).

Pero es una batalla perdida. No sé por qué, pero blasfemar contra el Dios de los cristianos se ha puesto de moda. Será que los católicos somos así, comprensivos, tolerantes y caritativos de cojones, y permitimos que se rían, mofen y befen de nuestras creencias más básicas sin mandar a tomar pol culo a a nadie. Con excepción de Italia (y en mucho menor grado) yo nunca he visto algo semejante en otros países. Vaya, no pongo el ejemplo de Argentina, donde los católicos se persignan al pasar ante una Iglesia, con la misma naturalidad con la cruzan la calle, o Marruecos, donde a nadie se le ocurre blasfemar sobre Alá o Mahoma (te cortan las pelotas). Pero en los países civilizados, las creencias del prójimo son sagradas y la peña anda con mucho cuidadín antes de ofender a los demás con expresiones de ese tipo.

Pero aquí somos así, señora. Diferentes. Tolerantes. Groseros. Sin ningún respeto al prójimo. Iletrados como pocos. Paletos, analfabetos y cortos de vocabulario. Y algunos, blasfemos. Será por la guerra, las dos Españas, los curas o la Pasionaria, pero este es un país cutre. Nunca hemos estado más formados y menos educados. Y las cosas han dejado de ser impresionantes, sorprendentes, fabulosas, inenarrables, indescriptibles o simplemente bonitas, para pasar a ser "cosas de la hostia".

¡Diccionario, por Dios, Diccionario!

Y respeto, joder.

El mismo que esperan esos cortos de vocabulario.

El mismo.