miércoles, 10 de febrero de 2010

Y cuando estoy a punto de desmayarme, me como un quesito

Creo que la película se llama "El diablo viste de Prada" y la conversación entre las secretarias es de este pelo:

- ¡Estás más delgada! - dice una.

- Me he puesto a régimen para la pasarela de París de dentro de un mes - contesta la otra.

- ¿Y qué régimen sigues? - pregunta, curiosa, la primera.

- No como nada – contesta – y cuando estoy a punto de desmayarme, me como un quesito…

El hombre (para las estúpidas luchadoras por la igualdad de sexo, escribo "hombre" como genérico. Para las luchadoras no estúpidas por la igualdad de sexos, no hace falta aclaración) lucha por conseguir las metas más variadas. Entre ellas, adelgazar para ir a una Pasarela en París. Algunas de estas metas son sublimes, otras miserables, otras ridículas, la mayoría ni fu ni fa, normales y corrientes. De andar por casa. Y ésa es la vida del hombre. Fijarse metas y actuar para conseguirlas. Incluso los que se dejan llevar sin límites por los sentidos ponen todas sus capacidades (bastante animales) en conseguir satisfacer esos instintos. O sea, actúan para conseguir sus metas. El hombre es, desde mi modesto punto de vista, un ser por objetivos.

Y esas metas, esos objetivos, suelen ser cortoplacistas de narices. Yo admiro a la gente que tiene un gran objetivo vital y subordina todos los pequeños objetivos que se va marcando a ese gran objetivo. Y ese objetivo vital puede tomar la forma que se desee, pero con un condicionante fundamental: no puede ser caduco. Bueno, puede caducar el día que te mueras. O sea, sería absurdo que un gran objetivo vital estuviese supeditado a algo tan volátil como la salud, la potencia sexual, la fuerza bruta, la resistencia física o las tragaderas o bebederas que se tengan; porque está claro (ley biológico – natural), que, a partir de los cuarenta, desde un punto de vista físico, la ley de la gravedad pasa a ser la ley de la extrema gravedad (o ley de la UCI). Las cosas empiezan a no funcionar como debieran y lo que antes era Jauja se torna Detroit en un par de pestañeos rápidos.

Ya se ve que el argumento – bastante pedestre – me lleva a considerar que un objetivo vital debería ser uno que durase toda la vida, con independencia de nuestras capacidades físicas. Es decir, de nuestras capacidades animales. ¡Somos animales!, proclaman los que como tales actúan. Sí. Cierto. Pero racionales. O sea, estamos dotados de una cosa que se llama inteligencia. Ítem más, voluntad. Y eso – que mis hijas llaman "tarro" – es el fet diferencial del resto de la flora y fauna. Eso es lo que nos hace diferentes. Como a Cuenca las casas colgadas. Y a ese ser animal inteligente con conciencia de sí mismo, le llamamos persona.

Y a esa persona puede actuar – el único ser que puede hacerlo – bien o mal – o sea, acorde con tu naturaleza o en desacuerdo con la misma (en siguientes post me meteré en ese berenjenal de lo bueno y lo malo, la libertad y la naturaleza) y fijar objetivos vitales buenos (por ejemplo, ayudar a todos los prójimos que pueda) o dejarse llevar por la corriente. Nadie en su sano juicio se fija un objetivo vital malo (por ejemplo, cargarse a cuantos prójimos pueda).

Y concluyo que ese objetivo vital acorde con tu naturaleza te hace más persona.

Decía un filósofo de cuyo nombre no me acuerdo que el hombre tiene cosido a su alma un ángel y un cerdo.

Y añado que, por muy pata negra que sea un cerdo, no deja de ser un cerdo.

Oinc!

2 comentarios:

  1. INTERESANTÍSIMO!

    Echemos mano como ejemplo el del fútbol, que es bastante gráfico, y por tanto fácil de entender.

    Todo el que se precie de buen futbolero, sabe que cada junta directiva define al inicio de su mandato un modelo, y cada temporada unos objetivos: Los grandes, ganarlo todo… los pequeños, salvarse como mucho…

    Para conseguir esas metas se toman una serie de medidas y decisiones al comienzo de cada año: Los fichajes, el director (un entrenador), el esquema, los métodos de entrenamiento, preparación de pretemporada… etc. Todo eso se hace para definir una línea (que decía Cruyff), que marca el caminito a seguir hasta llegar a la meta deseada.

    Pero comienza a rodar el balón, y con ello los imponderables: El rosario de lesiones, las decisiones arbitrales, la “estrella mediática” que no se adapta, el sector de la prensa que está en tu contra, y se llega a la situación en que tu equipo ha perdido tres partidos seguidos, y te visita el líder, que para más INRI es tu máximo rival. ¿Qué haces?...

    Desde luego llegados a este punto, te encuentras con que tienes un objetivo puntual, inmediato e insoslayable, ¡tienes que ganar ese partido como sea! La tentación, ante la que sucumben gran parte de los directivos de equipos de fútbol, es abandonar la línea… Trazar otra, que te permita ganar el partido, pero que te desvía del caminito aquél, que trazaba la línea original en pos del objetivo inicial, que das por perdido. En esa decisión, las cabezas de los entrenadores caen rodando como bolas de petanca.

    La historia del deporte rey esta plagada de partidos históricos de equipos que no llegaron a nada… pero que ganaron ese partido de marras contra los capullos del equipo de enfrente… “¡Habrán ganao la liga, pero aquí se llevaron tres!”. La consecución de los pequeños objetivos desvirtúa el principal, y el resultado es el fracaso… Pues bien, los grandes equipos, aquéllos que evoca nuestra memoria, todos ellos, fueron proyectos a largo, no de un partido, no una temporada, varios años haciendo lo mismo, convencidos de que esa línea era la correcta…

    Se dice que el gran éxito del Barcelona actual, es que posee un modelo. Un año, o dos, se puede perder, incluso hacer el ridículo, pero “formatear” en Can Barça es más fácil que en otros clubes. Basta con volver a colocarse en aquélla línea primigenia y los jugadores, técnicos y directivos se adaptan enseguida. Todo vuelve a funcionar, como cuando das cuerda a un viejo reloj.

    Así que será verdad. Hay que tener un objetivo a largo, ¿vital?... puede ser. Porque cuanto más lejos nos lleve la línea, el caminito… en ese viaje, llegaremos al éxito. Y además mientras, sabremos adónde vamos…

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