lunes, 25 de enero de 2010

Echo de menos a Lisbeth Salander

Se fini. That´s all folks. Se acabó. Como un machote me he calzado los tres ladrillos de Millenium. Pequé, Señor, pequé. Me ha parecido una obra maestra de la novela negra. Podría decir que sin la crudeza y las escenas abiertamente pornográficas del primer volumen hubiera sido más pasable. Pero aún así, me ha encantado. Esquema clásico con rigor sueco. Presentación, nudo, desenlace. Por tres. Tensión narrativa, originalidad, descripciones de los perfiles psicológicos de los protagonistas que son una verdadera delicia, una trama que mantiene al lector en un estado de permanente ansiedad - ¡oh, novela, novela! – y desenlaces variados, sorprendentes donde los buenos – que son malos de narices – ganan a los malos – que son peores.

Pero entre todos ellos, está Lisbeth. Frágil y granítica. Amoral pero con códigos. Vulgar y sorprendente. Despiadada con sus enemigos. Fría con sus amigos. Violenta y tierna. Delincuente y salvadora. Víctima sin queja y cruel verdugo. Vengativa sin límites. Contradictoria y compleja Salander.

Una buena novela siempre da que pensar. Y a mí me ha dado por pensar sobre la riqueza de algunas personalidades – menos extremas - y lo mal que los humanos llevamos la diferencia. Miramos la diferencia con un punto de temor. Y mucha curiosidad. Con ese juicio borreguil único para excluir o incluir en el rebaño a todos aquellos con los que nos cruzamos. Etiquetamos con una facilidad pasmosa. Con la audacia cobarde de quien ignora todo del prójimo. Y esto ocurre en todos los estratos sociales y en todas las etapas de nuestra vida. Vamos por la vida con una especie de coraza donde sólo los allegados – nuestros pares – son bienvenidos. Vivimos aterrorizados ante la diferencia. Cuando es, precisamente, lo que deberíamos buscar, para aprender. Nadie aprende nada nuevo de lo que ya sabe. Pero damos vueltas y vueltas a lo de siempre a la búsqueda del matiz que nos haga sentirnos diferentes. Craso error, cuando la diferencia vive a pocos metros. ¡Cuánto debemos aprender de gente que pensamos que nada tiene que enseñarnos!

Echo de menos a mi amiga. A la bisexual promiscua, tronada, anillada, tatuada, homicida, ladrona y asocial Lisbeth Salander. O a lo mejor lo que echo de menos es saltarse a la torera todo en este mundo tan medido que a veces hasta da asco. Hasta siempre, Salander.

1 comentario:

  1. Supermán puede volar y es invulnerable. Spíderman trepa por los muros de nuestras ciudades como el que se come dos brevas. Todos los superhéroes de ficción poseen superpoderes (valga la perogrullada), y casi todos ocultan su maravilloso secreto en una anodina personalidad pública. En su vida “real” son inadaptados, torpes y de lo más normal, tirando a penoso.

    Por eso, para mí, Salander es una superheroína de lo más actual, una desarrapada social (antisocial) pero con superpoderes. Al margen de una envidiable memoria fotográfica y unos reflejos felinos, Lisbeth tiene el superpoder más moderno de todos: El don de la ubicuidad y la telepatía en el ámbito en el que somos más vulnerables: Nuestra VISA, nuestro PC, nuestro i-Phone, nuestro hotmail, ¡¡¡¡nuestro facebook!!!! (arg)… el sancta sanctorum de lo que es un hombre de nuestro tiempo. Es capaz de destruirnos sin estar tan siquiera cerca, puede hacer que nosotros mismos nos eliminemos, dejarnos sin un euro, o lo que es peor, desenmascararnos. Lo que jamás haría un superhéroe a un supervillano, por más piñatazos que se propinaran el uno al otro… quitarle la máscara. Qué gran crueldad.

    Así, en esta mega-tri-aventura larga e interesante, su mayor triunfo es conseguir precisamente quitarle la máscara al mal, a todo un aparato del Estado, que se activa desde las sombras de los poderes fácticos, utilizando todas sus triquiñuelas, trampas y armas nocivas: la desinformación, la corrupción y por supuesto la violencia. Y de repente, una criatura por la que no darías un duro, que te caería como el culo en circunstancias normales, a la que detestarías incluso, te empieza a caer bien.

    Si, yo también echo de menos a Salander.

    Pese a todo, lo que me ha resultado completamente maravilloso de esta tri-novela es el tratamiento omnipresente del concepto de la ÉTICA. la manera de trabajar de “Millenium”, investigando hasta el final, contrastando las noticias desde varios frentes, dando oportunidad de réplica a los denunciados, pidiendo permiso a los aludidos, respetando los “off-the-record”, sacrificando una primicia por consideraciones éticas al cambiar directivos de un medio a otro… ¡¡¡ y todo ello antes de publicar nada, y si no, no se publica!!! Impresionante... ¿Será por todo ello que la trilogía de Larsson es considerada una novela de FICCIÓN?...Decididamente Stieg no conocía a Carmele…

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